Amar a nuestro
prójimo es un mandamiento de Dios, y es sin lugar a dudas uno de los mas importantes a tener en cuenta en nuestras vidas. Cuando ponemos todo nuestro empeño en hacer nuestra obra sin considerar a los que tenemos a nuestro alrededor, nos convertimos en personas egoístas, y por lógica el amor de Dios hacia los que están a nuestro lado no es real. Buscar nuestra exaltacion, nuestra propia gloria, no es un buen principio, y menos si para ello escondemos a todos los que nos rodean. Trabajar para Dios es lo mejor, es el servicio lo que nos hace verdaderos colaboradores del reino. Tenemos siempre que considerar al hacer las cosas estos factores y ponerlos a la luz de su presencia y responder con sinceridad.
-¿Que me mueve hacer la obra de Dios? Su amor, su gloria,el deseo de que las almas conozcan a
Cristo.
Si es así realmente la motivacion es la correcta, pero si lo que nos empuja es nuestra vanagloria y fama, a la postre, esta sera nuestra única recompensa.
Dios ha puesto a nuestro lado personas que han de ser discipuladas, moldeadas según el carácter de
Cristo para que ellas puedan hacer la obra como nosotros, o aun mejor. Un padre no tiene miedo de sus hijos, el padre siempre sera padre, aunque sus hijos acaben siendo presidente de un país.
El amor de Dios al prójimo nos lleva a pensar y actuar en ellos, considerando sus necesidades y siempre sabiendo que son con siervos juntamente con nosotros y miembros del cuerpo de
Cristo. Bien es cierto que cuando un miembro se duele, todo el cuerpo es afectado, y si esto no esta en nosotros es quizás porque no estamos amando al cuerpo sino utilizándolo para nuestros propósitos egoístas. De esta reflexion extraemos:
Necesitamos amar a nuestros
hermanos.
Valorar que propósito es el que nos mueve.
Los padres se gozan del crecimiento de sus hijos.
El cuerpo se duele del sufrimiento de uno de sus miembros.
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